Frío.
El bosque nevado es de un impoluto blanco.
Los gélidos copos de nieve descienden desde un cielo negro.
No hay sol... No hay calor.
Sólo frío.
La calidez del verano se ha desvanecido de repente...
Un frío álgido azota sus rubicundas mejillas.
Tendido en la nieve lechosa, como carente de vida, yace él.
Su apolíneo rostro de infante permanece con los párpados cerrados.
No se mueve...
Se asemeja a una marioneta de hilos cortados.
Respira despacio...
Sus recuerdos han volado lejos.
Cuando él despierte, ya no recordará.
No recordará quién es, ni de dónde proviene.
No recordará los rostros de los suyos.
Ni siquiera recordará su nombre.
Pero él desconoce todo esto...
Ajeno a la realidad, sigue sumido en su profundo sueño.
Unos pasos crujiendo la nieve...
Unos ojos azules cuyo fondo parece formado de grandes gotas de agua...
Un cabello naranja y radiante como el mismo sol...
Es una muchacha.
Un aire enigmático rodea su hermosa figura.
Sus pupilas aturquesadas no apartan la mirada del chico...
Se acerca lentamente, y lo toma en brazos.
Entonces alza la vista...
Los copos continúan cayendo...
Lentamente...
Se disuelve al contacto con ellos...
...sufriendo una metamorfosis.
Ella ha perdido su identidad humana.
Se ha convertido en un enorme alce blanco.
Y el chico se mece en su robusta espalda...
Soñando.
El gran alce blanco se desprende de la escarcha de sus patas y camina.
Camina junto a un río de plata.
Camina estirando sus largos cuernos.
Camina lejos, sin rumbo, mientras se funde con la luna.
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